sábado, 6 de julio de 2019

Habana - Copenhague

Camina, mientras respira el viento que inunda las calles de La Habana. Cree que le pertenece cada adoquín. Le arrebata el olor de las flores cercanas al muro del Cementerio de Colon y exhala la brisa penitente de los olvidados. Va y regresa a desandar lo andado. Su espacio es de una dimensión universal. A menudo el pasado se le va por los desagües y no tiene como recuperarlo. El contoneo de su cuerpo encarna su verdad. Cada mensaje, una mentira, una malgastada autobiografía. Resultan inquietantes esos agujeros negros de su memoria cuando me olvida. Le desvía una fuerza sobrenatural, un espíritu del mal, hechicera al fin. No voy a dejar de embriagarme con su nombre. Me gustan sus ojos rotundos y fértiles como pétalos de lánguidos rosales que apartan las pestañas para tocar las alturas. Sus ojos cada día diferente, nuevos, parecidos a otros tantos ojos pero suyos, impresionables como la carne fresca de su boca. Su boca rosada con sabor a bálsamo, a saliva olorosa. Ciertamente no tiene mucho para decir. A decir verdad, nada que haya meditado ni cinco míseros minutos. Es dueña de la vasta planicie de la vida. Así ha de ser. Así ha de andar, de la Habana Vieja a La Lisa; de La Habana Vieja a Copenhague, hasta el cuchillo de Svendsgade y Vesterbrogade 51 sentada en una mesa del Café BarBar Bad, tarareando "Que Alguien Me Diga". Gilberto Santarrosa, esta tarde de primavera fría, mientras el sol débil de la tarde danesa da en su cara, le molesta en los ojos y los cierra. Se sabe el camino de memoria. Los entreabre de vez en cuando por si acaso. Tenía que pasar. Está todo claro. Me lo está diciendo la lluvia. Otra vez la primavera, otra vez tú, tan claro como si dos y dos son cuatro. Siempre la despedida. Siempre a mano con las estaciones, cuando empiezo a sentir el frío, y su mera posibilidad se asoma por la esquina de mis días. Y yo, con la chaqueta en la tintorería o el auto roto. Y mucho menos viviré con miedo cuando canten las noches, las estrellas. Y tu probable distancia desechará mis sueños, o quizá no, quien sabe lo que entiendes tú como rehusar. Mi teléfono sobre la mesa vibra levemente. Yo no sé jugar ese juego tuyo tan dotado de sutileza en verdad, no tengo ganas.