añoro aquel apartamento de
techos bajos, en el vedado,
su sala de olores a incienso,
a humo de cigarrillos.
quizás era domingo al anochecer,
cuando los gorriones
abandonan las calles.
no recuerdo si había cortinas
rosas, sucias o solo el balcón,
y los árboles afuera.
también un tocadiscos con
silvio o pablito, que hablan
de sus obsesiones, de sus pasiones,
ingenuos de todo lo que les llena.
despliegan su miseria y esplendor.
todo en torno, eran desfiles,
actos de repudio; las trompetas
en la plaza, como un juicio final.
durante un tiempo esas fueron
las canciones nuestras, o
de los suicidas que se nos
mueren en ocasiones,
mientras nos reunía
el crepúsculo, previo a la poesía.
aún me detiene un poema tuyo
que habla de parábolas, de
tu otro yo, en una segunda vida,
o una familia, una estirpe,
de libros que aún no escribes.
como el último canto de neruda.
recuerdo también una noche,
un beso, de los reales, aún ausentes,
que reunía por enésima vez
nuestros labios, al ritmo
de los heterónimos más
innombrable de tu poesía.
incluye mi recuerdo, aquella noche,
un magnífico cuento
que gira en torno
a nosotros, al lenguaje grosero,
un relato lisérgico. recién
nos leímos rayuela creo.
era una especie de disolución del yo,
aquel ochenta y pico.
entonces tú gemía en silencio.
una vez, soñaste con una mujer
que intentaba amarte a la intemperie
como una metáfora de tú propios deseos.
pero las mareas de los años
surcan los caminos. tú solías
decir mi nombre, como un olvido,
o despeñadero de flores húmedas.
ya sé que eran otros tiempos
pero a los treinta años, uno transita
por estos poemas, no significa
necesariamente que existen otros tiempos.
una poesía de ciencia ficción,
ni las epifanías, ni siquiera la muerte.
o el perdón de nuestros pecados.